MI CUENTA EN SUIZA

switzlndCon el dinero que me llega semanalmente en forma de tarjeta de felicitación de cumpleaños o de San Valentín o de Santa Matraca estoy pensando en alquilar un cochecito – deportivo, obviamente – y hacerme unos largos hasta Suiza, no sé si me entienden. Algunos me animan mediante sobres para que no hable tanto de política ni me ensañe así con el pobre panorama gobernante. Les encanta que hable de rosas y de abuelos, así parece que el problema no persiste. Otros me azuzan para que hinque el diente en la presa, el ministro de turno que ha puesto en el micrófono palabras que convierten en santos a Al Capone o Mickey Cohen.

Tanto trasfondo está tomando el asunto que le he puesto una pegatina de una caja registradora a mi buzón, para que el cartero no me desvíe alguno de los sobres. Y he comprado en “e-bay” un timbrecito para la puerta. Así, cuando me llame algún emisario con un paquete exprés sonará el Money de Pink Floyd. Soy así de chulo, me sale la vena carroñera en cuanto huelo cash y hay que inventar. Si luego te pillan, que tengas algo de carnaza para ofrecerle a los pobres becarios que se pasan el día apostados a la puerta de casa. Eso siempre desvía la atención.

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Según mis cálculos, para finales de semestre ya podré abrir mi primera cuenta. Que no lo hago por evadir, qué va. Que voy a declararla como todos, no se me asusten. Lo que pasa es que mola mazo eso de ir por ahí diciendo que tienes una cuenta en Suiza. Lo sueltas y la gente te mira como si hubieras crecido 15 ó 20 quilates en un santiamén. Desde que la abrí, ligo más. Suena machista, pero yo no he inventado las reglas, ¿verdad? Se te pone esa aura de malote que, para qué vamos a negarlo, tanto nos atrae.

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Y ese morbillo de abrir una caja de seguridad y encontrarte con docenas de pasaportes falsos, aunque sean de pega, por si en un momento dado hay que salir pitando o evadiendo impuestos. Esos empleados que llevan un traje diez veces más caro que el tuyo y el nudo de la corbata hecho a la medida; te hablan con un respeto y una cortesía que bien valen los miles de euros que te endiñan en comisiones. Esos mostradores de madera, que te quedas con ganas de saber dónde los compran, para cuando tengas tú la oportunidad de poner uno en tu piso de Pedralbes.

¿No me digan que a ustedes no les apetecería un chute así? Sentirse los reyes engominados del mambo. Ahora no se me pongan honrados y con la chulería de la legalidad por delante, a lo Beatriz Talegón. Con el subidón que nos da descubrir que te han cobrado tres cañas de menos en el aperitivo en la misma puerta y salimos de allí como alma que corre delante del diablo.

Dejémonos de tonterías. Vamos a quitarnos la careta de ciudadano ejemplar y a reconocer que nos morimos por tener una cuenta en Suiza.

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